Solicitud del Surplice de Bennu

Desde tiempos en los que las palabras no eran más que gruñidos y los Homo Sapiens compartían el planeta con otras especies humanas, camino a la dominación y exterminio de estas, los ejemplares masculinos de esos inferiores modelos de sociedad ya se encontraban con un problema tan rotundamente desconcertante como eterno: cómo las féminas hacían uso de sus estímulos visuales y cognitivos para la selección de pareja. En un desesperado y completamente inútil intento de comprender la cadena de eventos químicos desatados en la córtex de sus pares de distinto sexo, los hombres estereotiparon y redujeron en el término Atlético la serie de sucesos que llevaban a una mujer a elegir al correcto guardián y progenitor de sus hijos, con el cual enfrentaría la vida y sus dificultades, o por el cual desearía la muerte cuando el grupo de caza pierda uno de sus miembros. Volviendo a este término, los hombres dictaron una serie de reglas y disposiciones que, de seguirlas, concluirían en una larga fila de muchachas esperando la procreación. Inútil como el apéndice, esta serie de refinamientos corporales han llevado, luego de varias generaciones, a la aceptación de que esa es la complexión ideal. Algunos lo logran a través de un extenuante acondicionamiento físico, otros lo traen en sus genes por el extenuante acondicionamiento hecho por sus precursores. Pero de seguro, nuestro personaje se sale de los estándares que tantas generaciones anteriores se han esforzado en llenar. Dagobert sostiene una fibra muscular de gran firmeza y una coordinación cuerpo-mente de la que pocos pueden alardear. Y es que su consciente es tan o más fuerte que su cuerpo, erguido en unos admirables 179 centímetros, producto de su duro estilo de ganarse la vida durante su infancia, para el cual no conocía dificultad. Sus marcados rasgos faciales, coronados por una negra cabellera, se tornan en la más intimidante fisionomía que pueda imponer un hombre, incrementada por unos furiosos ojos marrones que completan la encarnación y mayor ambición de los hombres de la antigüedad, la perfección corporal.