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Ficha de Aramos de Caballo Menor 3091mae
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Ficha de Aramos de Caballo Menor

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Mensaje por Terakey Vie Nov 01 2013, 17:47

Nombre: Aramos.
Armadura: Caballo Menor.
Edad: 18.
Sexo: Masculino.
Nacionalidad: Canadiense.
Signo: Leo.

Aspecto: Rígido, silencioso, de aspecto noble y parco, Aramos tiene profundos ojos azules que esconden el fuego que arde en su interior y lleva el cabello verde cortado bien corto. Sus colores preferidos son el negro y el azul, y trata de vestir prendas con dichos esquemas tanto como puede. Aunque es alto y de importante complexidad, nunca pasa como amenazante, sino que en más de una ocasión es la voz de la razón.

Perfil sicológico: Aramos es un sujeto más bien nivelado, que utiliza sus dotes orales tanto como puede, pero que no duda en defender a sus amigos y luchar por aquello en lo que cree. Una primera impresión podría llevar a pensar que es un paria, pues se maneja en soledad, e incluso cuando está rodeado de otros, suele preferir el silencio y la contemplación, pero todo esto se debe a que Aramos es una persona cerrada. Sin embargo, es muy distinto con aquellas personas a los que se ha abierto, a quienes estaría dispuesto a seguir incluso ante las puertas del infierno. Esto suele crear “dos” Aramos, uno para los desconocidos, y otro para sus amigos. Con lo dicho, Aramos es un estratega, una persona que mide cada uno de sus golpes y que refina su mente hasta el límite de sus habilidades.

HISTORIA
Aramos nació en un poblado perdido en las estepas del norte canadienses, bajo el augurio del León, hijo de un profesor de literatura y una ama de casa. Ya desde pequeño, el joven Aramos mostró dotes singulares, que lo alejaban y destacaban por sobre otros niños de su edad. Así, para cuando cumplió 5 años, ya sabía hablar cuatro idiomas y leía un promedio de treinta libros al año, lo que lo puso muy por delante de los niños de su clase. Ello mismo fue lo que despertó recelos y fue la razón por la que pasó la mayor parte de su infancia en solitario. Tampoco ayuda las historias que circulaban entre los habitantes del poblado, acerca de las proezas realizadas por su padre cuando era joven. Proezas sobre las que su padre prefería mantenerse en silencio.

Tal vez fue el poder de su miedo, o el destino, jamás podrá saberse con certeza, pero fue aquel mismo tratamiento distante y violento que sufría a manos de otros niños lo que lo llevó a hacer algo al respecto. Gracias al aliento de su madre y la marcialidad y disciplina de su padre, Aramos forjó su cuerpo en un templo de rectitud, siempre bajo las sabías palabras que su padre. Ya entonces, su padre había demostrado saber que Aramos estaba destinado para grandes cosas. Y tal vez con el tiempo, le introduciría en los misterios que se susurraban en el pueblo, e incluso, Aramos podría reclamar su "herencia", como su padre le llamaba.

Pero tiempo, es algo que Aramos jamás tuvo.

Demasiado tarde comprendió hasta donde llegaba su verdadero poder. Sabiendo que su familia corría grave riesgo por su mera presencia, y que él ya nunca más podría tener una vida normal, Aramos tomó algunos alimentos del almacén familiar y abandonó su ciudad natal en una fría noche de invierno.

La vida en el Santuario demostró ser más dura de lo que Aramos había creído posible. Y aunque vivió muchas aventuras junto a otros santos de Athena, finalmente sucumbió a la presión que le imponía las circunstancias. Teniendo que decidir entre abandonar al Santuario o abandonar a su amor, Aramos escogió una tercer vía, y escapó con su armadura. Con él se llevaba el descubrimiento de un complot entre ciertos dirigentes del Santuario.

Poco importaron los asesinos que se enviaron en su contra. Aramos se enfrentó con cada uno de ellos, y los venció. Finalmente, sin embargo, la armadura lo abandonó. Sabiendo que necesitaba de protección, Aramos decidió regresar al Santuario, para obtener una nueva armadura, y confrontar a aquellos que habían ordenado su muerte.

La armadura que había guiado su regreso hacia el Santuario no era otra que la armadura de bronce de Caballo Menor. La ironía del destino no hubiera querido otra cosa. La armadura maldita para el santo maldito. La solución no podía ser otra. La armadura le llamaba, le necesitaba, tanto como Aramos a ella. Obtenerla era una cuestión de vida o muerte.

ROL
Aramos se sobresalto. Sorprendido, dio un pequeño salto que lo puso de pie y lo alejó unos metros de aquél anciano, que de un momento a otro había despertado un enorme cosmos... ¿Y que era eso de que el Santuario se encontraba allí? ¿Cómo era posible que aún no lo viera? ¿Acaso su cosmos estaba dañado más allá de toda reparación? No. no podía ser cierto. Después de todo, la armadura de Caballo Menor se había puesto en contacto con él, y le llamaba. Podía sentirlo. No había vuelta atrás.

Sus palabras son elocuentes, anciano, pero no tengo opción alguna. Debo continuar hacia adelante, hacia mi destino. El cosmos de Athena guía mi espíritu, y aunque aún estoy ciego, llegado el momento, veré. Mientras tanto, ella será la luz que guía mi camino en este mundo de oscuridad. Aramos volvió a aproximarse al anciano, y tomó su bolso. Allí guardaba las pocas pertenencias que le habían acompañado durante su exilio: no mucho más que otra muda de ropa y unos pocos víveres.

Hasta luego, buen anciano. Sus palabras han reconfortado mi espíritu. Ha sido muy amable, y su ayuda inestimable. Saludó Aramos mientras se alejaba en dirección al camino señalado. Me ha puesto en el rumbo adecuado. Lucharé hasta encontrar al Santuario, así me tome toda la vida.

Poco después, el joven santo se perdía en el follaje.

Había caminado por varias horas. Tanto, que el día se había convertido en noche, y había amanecido nuevamente. Fue en el alba de este segundo día en el bosque, que se detuvo a descansar en un pequeño claro. No habían pasado más que unos instantes cuando un sentido guerrero escondido hasta el momento le indicó que se encontraba en peligro. Aramos se levantó de un salto. La primera flecha pasó a escasos centímetros de su rostro. Para entonces, todo su cuerpo se dispuso a actuar. Sus ojos se movieron rapidamente y detectaron nuevas flechas que volaban hacia él a toda velocidad. Un, dos, tres, cuatro. Cuatro flechas en total. Moviéndose a la velocidad del sonido, Aramos esquivó una por una.

En aquél único movimiento defensivo, Aramos había tomado la precaución de observar el origen de dichos ataques. Cuando retomó su postura de combate, cinco hombres se lanzaban sobre él, con cuchillos y espadas en sus manos. Bandidos. Ladrones. Vendedores de muerte. Aves rapaces que se alimentaban de las desgracias de los indefensos y eran amigos de lo ajeno.

Pero él no era débil. Era una espada de justicia. Una criatura de luz y fuego. Instintivamente, su cosmos volvió a prenderse. Esquivó el primer golpe, dirigido hacia su rostro. Y sintió como una coraza protectora se había materializado, cubriendo su pecho. Esquivó un segundo golpe, dirigido a su rodilla derecha. Y sus brazos fueron cubiertos por una armadura santa. Se lanzó a los cielos, aprovechando el claro donde se encontraba. Por unos segundos, la luz de un segundo sol, producto del aura de Aramos, cegó a los malvivientes.

Cuando aterrizó nuevamente, tan suavemente que parecía flotar, un nuevo espíritu de confianza llenaba el rostro de Aramos. Había renacido en el Santo de Caballo Menor.

La armadura había viajado la distancia que lo separaba del Santuario para protegerlo, y se había ajustado a su fisonomía de manera escalofriantemente perfecta. Aramos sonrió, sus ojos se entrecerraron. ¡A mí! Aulló mientras se lanzaba contra sus contrincantes. ¡Por Athena!

El enfrentamiento no duró mucho más. Utilizando su cosmos, Aramos se las ingenió para derrotar a aquellos asaltante tan solo con el poder de su velocidad. Unos pocos segundos fue todo lo que Aramos necesitó para deshacerse de aquellas viles criaturas.

Y ahora sí podía ver el Santuario, y el camino que debía seguir.

El Santuario. Tan majestuoso como siempre, tan impresionante como nunca. Tan... lleno de energía. Aramos sonrió. Pocos minutos después se encontraba en las puertas de entrada. Tres guardias se hicieron presentes. Armados con lanzas y espadas y recubiertos con armaduras, los hombres se disponían a interrumpir el paso del santo de bronce.

¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí? Una letanía de preguntas y acusaciones contra Aramos fueron lanzadas en pocos segundos. Los hombres se disponían a enfrentarse al santo.

Pero la situación no tenía que escalar. Deteniéndose con las piernas abiertas y los brazos cruzados por sobre el pecho, Aramos habló en un rugido, para que todos escuchasen. Soy el legítimo santo de Athena y portador de la armadura de bronce de Caballo Menor. La armadura ha reconocido mi pureza y me ha elegido como su portador. Y mi cosmos me ha mostrado el camino al Santuario. ¡Muévanse o serán destruidos por mi furia!

Sobrecogidos por las palabras del santo de bronce, los guardias bajaron sus armas y le dejaron pasar. Habían notado el poderoso cosmos cálido y pacífico que emanaba del cuerpo del santo y habían reconocido su lugar entre los defensores de Athena.
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