Ficha Freiya, Aquila (Saint Seiya)
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Ficha Freiya, Aquila (Saint Seiya)
Nombre: Freiya
Edad: 28 años
Sexo: Femenino
Nacionalidad: Turka
Signo: Acuario
Edad: 28 años
Sexo: Femenino
Nacionalidad: Turka
Signo: Acuario
Aspecto físico:
Es una hermosa joven alta de cabello largo color negro, ojos de color avellana, piel bronceada. Ataviada con el uniforme de su orden, la cabeza la cubre con una capucha blanca acabada en punta como el pico de un ave, lleva bracaletes de los cuales salen cuchillas ocultas con las que acaba con la vida de sus enemigos si las necesita, la túnica que porta está sujeta con un corsé que le sirve de protección y hasta las piernas le cuelga una falda de corte abierto la cual va sujeta a las medias con liguero las cuales van cubiertas con unas botas altas marrones.Perfil psicológico:
Freiya es muy amante de la paz, tanto que a pesar de ser una de las mejores combatientes de su orden prefiere nollevar a cabo misiones en las que deba quitar vidas, es una de las más jóvenes pero está muy bien entrenada y preparada para cualquier situación, siempre espera de corazón que su intervención no sea necesaria; pero cuando se la necesita de verdad es una guerrera sin igual, que acaba con sus enemigos con una frialdad sin igualdad, pero siempre con una lágrima en el rostro por cada vida que debe quitar.
Freiya- PLATA
- Sexo :
Signo :
Cantidad de envíos : 330
Fecha de inscripción : 20/10/2015
Edad : 36
Localización : EL Santuario
Re: Ficha Freiya, Aquila (Saint Seiya)
Freiya tenía todas las noches la misma pesadilla, sus padres eran asesinados por guerreros de tierras lejanas mientras intentaban protegerla, pero esa noche había sido más intensa que de costumbre, por la mañana fue en busca de su padre tras equiparse el atuendo de la orden a la que ambos pertenecían, la suave brisa levantaba casi por completo la falda al andar grácil de la joven dama, que ya contaba con 28 primaveras a sus espaldas.
Al encontrar a su padre en la terraza donde solía leer sus polvorientos libros, no lo hizo en soledad, pues otro joven no mucho más mayor que ella estaba en audiencia con el líder de la orden, su padre. Esperó su turno desde las alturas de una de las torres que había escalado en forma de entrenamiento mientras esperaba que la reunión acabara, desde una fuerte viga que sobresalía de la edificación podía ver el lugar donde se encontraban ambos hombres, aunque no se enteraba demasiado de la conversación, pero tampoco le importaba el contenido de la misma.
Tan pronto como el joven abandonó el lugar, Freiya se dejó caer a unos matorrales que había debajo de la torre como si un águila de precipitara sobre su presa, tras el aterrizaje perfecto y no podía ser menos de la hija del más alto cargo de la orden, habló con él de lo ocurrido la noche anterior.
Su padre entendió la preocupación de la joven y tras un fraternal abrazo, la acompañó hasta la puerta de una sala donde encontraría respuestas, si eso era lo que buscaba, pero no podía acompañarla, ese viaje debía hacerlo ella sola.
La muchacha dudó varios minutos antes de decidirse, por su cabeza pasaban muchas noches de pesadillas pero finalmente sacó fuerzas y tras despedirse de su padre con un beso en la mejilla, abrió las grandes puertas de doble hoja y tras desaparecer en la enorme sala decorada con grandes tapices, de guerras anteriores a su época, colgados de las paredes y hasta el ornamentado techo columnas redondas y grandes que formaban una especie de pasillo hacia lo que parecía una pequeña estancia dentro de esa enorme sala.
Freiya se acercó decidida pero con lentitud, mirando a todos lados, nunca había entrado en aquella habitación en toda su vida, pero si había oído hablar de ella, se dice que quien entraba en esa sala y conseguía salir ileso física y mentalmente, lo hacía más sabio y poderoso que nunca, su padre quizás en algún momento del pasado había hecho uso de ella y ahora le había tocado a ella misma ser la que la usara.
Al llegar al final del pasillo de columnas, flanqueado por tapices que no acaba de entender, vio a un anciano muy deteriorado fumando una especie de pipa de agua, el cual sin hablar le hizo a la joven un ademán de que se sentara junto a él, Freiya no entendía el motivo y tras dudarlo unos segundos lo hizo.
Una vez acomodada en el cojín del suelo frente al viejo, éste le ofreció la boquilla de la pipa y la joven por no ser descortés la cogió y amagó una cara de asco cuando el anciano le dedicó una graciosa sonrisa en la que se le pudo ver la escasez de dientes y el mal estado de los restantes en aquella boca rodeada por una larga y blanca barba, el bigote casi se le metía en la boca y en algunas ocasiones el anciano se ayudaba de la lengua para meter algunos de los pelillos para chuparlos entretenido.
Freiya fumó de la pipa con algo de aversión y tras dos caladas empezó a entrar en un trance, parecido al de un sueño pero de perspectiva distinta, ahora estaba en el mundo onírico pero lo veía todo desde fuera.
De momento no distinguía mucho, estaba muy oscuro y solamente se veía alguna figura distorsionada, era como si realmente no estuviera allí pero tampoco en la gran sala del viejo, de pronto le pareció oír una puerta abrirse y cerrarse en la lejanía con un gran eco de rebotaba en la inmensidad del espacio y poco después una voz que le susurraba al oído.
-Freiya querida, querías respuestas y en verdad las necesitas, ya va siendo hora de que las tengas, céntrate en tus pesadillas, yo estoy aquí contigo.- La voz grave de un hombre mayor y conocido por ella la hizo tranquilizarse y las pulsaciones bajaron considerablemente.
-Padre, ¿padre sois vos?, no puede ser le he dejado fuera de la sala y no hace ni cinco minutos que he entrado en esta especie de trance.- Pero el hombre no parecía oírla, en realidad ella estaba sola en aquella dimensión provocada por el contenido de la pipa.
-Freiya, hija mía te conozco y se lo que estás haciendo, haz caso por una vez a tu padre, no hables desde aquí en el mundo real no se te puede oír puesto que tu alma ahora no está con nosotros, tu alama está donde tú has querido estar siempre.- La voz de su padre sonaba seria y serena como siempre, pero en un tono más amable que de costumbre, como cuando solían estar a solas ellos dos y no rodeados de otros miembros de la hermandad.
En el mundo onírico, Freiya tragó saliva y avanzó sin miedo cerrando los ojos pensando en la pesadilla hasta que dejó de oír la voz de su padre y de repente sintió un frío intenso, algo que había olvidado durante mucho tiempo y entonces lo vio, mejor dicho se vio, huía de su casa en llamas perseguida por soldados mientras por la ventana se podía ver como más soldados asesinaban a sus padres de verdad, ella corrió bosque adentro y seguía perseguida por los soldados cuando de repente un joven a caballo se cruzó en su camino y con una maza envuelta en llamas empezó a asestar golpes a los guerreros que estaban más cerca de la niña, cuando hubo acabado con varios de ellos cogió a la muchachita y la subió al caballo para salir de aquella tierra de muerte y desesperación. A todo esto la Freiya adulta estaba congelada, paralizada por el miedo que sentía la Freiya niña y por todo lo que estaba viendo, los recuerdos inundaban su cabeza y estaba empezaba a dolerle como si le fuera a estallar.
En el mundo real, Freiya que había sido acostada en el suelo encima de varios cojines, sudaba y se retorcía sobre sí misma, a su lado su padre adoptivo le sujetaba la mano y limpiaba el sudor de su frente con un paño húmedo, mientras observaba sin poder ayudarla el sufrimiento interno por el que estaba pasando otra vez, pero era necesario que lo hiciera para que pudiera avanzar en su vida.
El joven Sayid que había salvado a la niña de una muerte segura, decidió llevársela consigo a su tierra y criarla y educarla como si fuera su propia hija y llegado el momento contarle toda la verdad, cuando salieron del bosque y llegaron al campamento de su séquito, se dio cuenta de que la niña se había desmayado por el trágico suceso, la niña no tendría más de cuatro o cinco años y entre sus manos sostenía fuertemente la figura tallada en madera de un ave rapaz, como un águila y en su ropita bordado tenía un nombre “Freiya”. La joven muchacha seguía de pie viendo las escenas paralizada, sin poder hacer nada, con gran impotencia, pero reconocía todo lo que veía, era como si su mente se hubiera abierto y un torrente de recuerdos estuvieran siendo volcados como una catarata se precipita al vacío hasta volver al rio.
Ya había pasado más de dos horas y Freiya seguía en trance, Sayid sabía que si continuaba más tiempo allí dentro quizás no podría volver jamás, el cuerpo de la joven empezaba a enfriarse rápidamente, así que decidió sacarla de ese lugar y que volviera al mundo de los vivos.
Al despertar lo primero que vio fue a su padre adoptivo y lo abrazó muy fuerte.
-Gracias… padre- dudó en decir las palabras unos momentos- ahora ya se toda la verdad y estoy muy agradecida a que vos me salvarais y me criaríais, pero ahora ardo en deseos de venganza hacia aquellos que asesinaron a mis padres hace tantos años.
-Lo se mi pequeña avecilla, pero no estás lista todavía para enfrentarte a ellos, en cambio ahora que conoces la verdad debo enviarte a un lugar al que pocos pueden acceder y si demuestras que eres lo suficientemente capaz serás recompensada con un gran poder, o eso cuentan las escrituras antiguas.- le dijo Sayid a Freiya- Partirás al alba y no regresarás hasta su debido momento y entonces evaluaré tu situación, recoge tus cosas, te espera un largo camino por recorrer.
Al alba, Freiya salía por las puertas de la fortaleza de la hermandad, en la que había crecido y fortalecido tras despedirse de su padre y recibir un mapa desgastado y medio borrado, a lomos de su preciosa yegua blanca. Aun vestía como los miembros de la hermandad, un regalo más de su padre adoptivo.
Después de meses de viaje y tras algún percance en el camino consiguió llegar donde le indicaba el mapa, pero aquello no era nada más que un archipiélago de pequeñas islas con aldeas separadas entre sí por kilómetros y kilómetros de distancia.
Decidió pasar la noche en una de las aldeas cercanas al puerto del que había desembarcado esa misma mañana. Por la noche al llegar a la posada, la mujer que atendía le ofreció una mesa y tras verle los extraños ropajes, le preguntó.
-Muchacha, ¿eres una guerrera?, quizás deberías internarte en la isla más separada del archipiélago, la más grande, es allí donde seguramente te diriges, pero los barcos mercantes no acceden a ella, sin embargo mañana una barcaza con suministros se dirigirá allí, puedo conseguirte un pasaje, ahora come y bebe, tu tranquila- le sirvió un plato bien lleno de sopa caliente y una jarra de cerveza fría.
Freiya asintió con la cabeza mientras la tabernera le hablaba, gracias a su entrenamiento conocía muchos idiomas y el griego era uno de ellos pues Turquía, su país de acogida estaba muy próximo a Grecia. Y tras el gesto de la mujer al ofrecerle de cenar le dirigió una educada reverencia.
Una vez cenada se retiró a descansar y por la mañana como le había indicado la mujer de la posada se dirigió a las afueras del poblado donde un hombre a caballo el cual dirigió a la joven hasta un pequeño puerto pesquero donde la barcaza la estaba esperando, le indicó que subiera y la joven obedeció.
-No sabía que el animal vendría con nosotros, eso serán dos monedas más, lo siento jovencita.-el barquero esperaba sacar más dinero con ella por ser extranjera.
-No deseo ofenderle señor, pero se me comunicó que se me llevaría a mí y todas mis pertenencias y mi yegua me pertenece desde que éramos pequeñas las dos, si lo quiere así bien, podemos emprender la marcha y todo acaba sin accidente para nadie, de otro lado no creo que alguno de los dos llegara a la otra orilla, de todos modos, tengo prisa- Freiya echó mano a la pequeña bolsa que portaba en el cinturón del corsé y sacó tres monedas dos de oro y una de plata- acepte esto buen señor en modo de disculpa por las molestias causadas, ahora partamos por favor.
El barquero se la quedó mirando y una vez comprobadas la veracidad de las monedas se dispuso a mover la pequeña pero segura embarcación, al medio día llegaban a la isla más grande y alejada del grupo, Freiya desembarcó dando las gracias y siguió su camino a lomos de su majestuosa montura. No tardó mucho en llegar a lo que parecía unos campos de entrenamiento, y tras ser interrogada por lo que parecía un guardia se le dio el permiso para entrar.
Durante meses estuvo entrenando con varios de los maestros del lugar hasta que finalmente tras los duros entrenamientos y las diferentes pruebas, consiguió aquello por lo que había ido a aquel lugar, ser la portadora de la armadura de Aquila.
Al encontrar a su padre en la terraza donde solía leer sus polvorientos libros, no lo hizo en soledad, pues otro joven no mucho más mayor que ella estaba en audiencia con el líder de la orden, su padre. Esperó su turno desde las alturas de una de las torres que había escalado en forma de entrenamiento mientras esperaba que la reunión acabara, desde una fuerte viga que sobresalía de la edificación podía ver el lugar donde se encontraban ambos hombres, aunque no se enteraba demasiado de la conversación, pero tampoco le importaba el contenido de la misma.
Tan pronto como el joven abandonó el lugar, Freiya se dejó caer a unos matorrales que había debajo de la torre como si un águila de precipitara sobre su presa, tras el aterrizaje perfecto y no podía ser menos de la hija del más alto cargo de la orden, habló con él de lo ocurrido la noche anterior.
Su padre entendió la preocupación de la joven y tras un fraternal abrazo, la acompañó hasta la puerta de una sala donde encontraría respuestas, si eso era lo que buscaba, pero no podía acompañarla, ese viaje debía hacerlo ella sola.
La muchacha dudó varios minutos antes de decidirse, por su cabeza pasaban muchas noches de pesadillas pero finalmente sacó fuerzas y tras despedirse de su padre con un beso en la mejilla, abrió las grandes puertas de doble hoja y tras desaparecer en la enorme sala decorada con grandes tapices, de guerras anteriores a su época, colgados de las paredes y hasta el ornamentado techo columnas redondas y grandes que formaban una especie de pasillo hacia lo que parecía una pequeña estancia dentro de esa enorme sala.
Freiya se acercó decidida pero con lentitud, mirando a todos lados, nunca había entrado en aquella habitación en toda su vida, pero si había oído hablar de ella, se dice que quien entraba en esa sala y conseguía salir ileso física y mentalmente, lo hacía más sabio y poderoso que nunca, su padre quizás en algún momento del pasado había hecho uso de ella y ahora le había tocado a ella misma ser la que la usara.
Al llegar al final del pasillo de columnas, flanqueado por tapices que no acaba de entender, vio a un anciano muy deteriorado fumando una especie de pipa de agua, el cual sin hablar le hizo a la joven un ademán de que se sentara junto a él, Freiya no entendía el motivo y tras dudarlo unos segundos lo hizo.
Una vez acomodada en el cojín del suelo frente al viejo, éste le ofreció la boquilla de la pipa y la joven por no ser descortés la cogió y amagó una cara de asco cuando el anciano le dedicó una graciosa sonrisa en la que se le pudo ver la escasez de dientes y el mal estado de los restantes en aquella boca rodeada por una larga y blanca barba, el bigote casi se le metía en la boca y en algunas ocasiones el anciano se ayudaba de la lengua para meter algunos de los pelillos para chuparlos entretenido.
Freiya fumó de la pipa con algo de aversión y tras dos caladas empezó a entrar en un trance, parecido al de un sueño pero de perspectiva distinta, ahora estaba en el mundo onírico pero lo veía todo desde fuera.
De momento no distinguía mucho, estaba muy oscuro y solamente se veía alguna figura distorsionada, era como si realmente no estuviera allí pero tampoco en la gran sala del viejo, de pronto le pareció oír una puerta abrirse y cerrarse en la lejanía con un gran eco de rebotaba en la inmensidad del espacio y poco después una voz que le susurraba al oído.
-Freiya querida, querías respuestas y en verdad las necesitas, ya va siendo hora de que las tengas, céntrate en tus pesadillas, yo estoy aquí contigo.- La voz grave de un hombre mayor y conocido por ella la hizo tranquilizarse y las pulsaciones bajaron considerablemente.
-Padre, ¿padre sois vos?, no puede ser le he dejado fuera de la sala y no hace ni cinco minutos que he entrado en esta especie de trance.- Pero el hombre no parecía oírla, en realidad ella estaba sola en aquella dimensión provocada por el contenido de la pipa.
-Freiya, hija mía te conozco y se lo que estás haciendo, haz caso por una vez a tu padre, no hables desde aquí en el mundo real no se te puede oír puesto que tu alma ahora no está con nosotros, tu alama está donde tú has querido estar siempre.- La voz de su padre sonaba seria y serena como siempre, pero en un tono más amable que de costumbre, como cuando solían estar a solas ellos dos y no rodeados de otros miembros de la hermandad.
En el mundo onírico, Freiya tragó saliva y avanzó sin miedo cerrando los ojos pensando en la pesadilla hasta que dejó de oír la voz de su padre y de repente sintió un frío intenso, algo que había olvidado durante mucho tiempo y entonces lo vio, mejor dicho se vio, huía de su casa en llamas perseguida por soldados mientras por la ventana se podía ver como más soldados asesinaban a sus padres de verdad, ella corrió bosque adentro y seguía perseguida por los soldados cuando de repente un joven a caballo se cruzó en su camino y con una maza envuelta en llamas empezó a asestar golpes a los guerreros que estaban más cerca de la niña, cuando hubo acabado con varios de ellos cogió a la muchachita y la subió al caballo para salir de aquella tierra de muerte y desesperación. A todo esto la Freiya adulta estaba congelada, paralizada por el miedo que sentía la Freiya niña y por todo lo que estaba viendo, los recuerdos inundaban su cabeza y estaba empezaba a dolerle como si le fuera a estallar.
En el mundo real, Freiya que había sido acostada en el suelo encima de varios cojines, sudaba y se retorcía sobre sí misma, a su lado su padre adoptivo le sujetaba la mano y limpiaba el sudor de su frente con un paño húmedo, mientras observaba sin poder ayudarla el sufrimiento interno por el que estaba pasando otra vez, pero era necesario que lo hiciera para que pudiera avanzar en su vida.
El joven Sayid que había salvado a la niña de una muerte segura, decidió llevársela consigo a su tierra y criarla y educarla como si fuera su propia hija y llegado el momento contarle toda la verdad, cuando salieron del bosque y llegaron al campamento de su séquito, se dio cuenta de que la niña se había desmayado por el trágico suceso, la niña no tendría más de cuatro o cinco años y entre sus manos sostenía fuertemente la figura tallada en madera de un ave rapaz, como un águila y en su ropita bordado tenía un nombre “Freiya”. La joven muchacha seguía de pie viendo las escenas paralizada, sin poder hacer nada, con gran impotencia, pero reconocía todo lo que veía, era como si su mente se hubiera abierto y un torrente de recuerdos estuvieran siendo volcados como una catarata se precipita al vacío hasta volver al rio.
Ya había pasado más de dos horas y Freiya seguía en trance, Sayid sabía que si continuaba más tiempo allí dentro quizás no podría volver jamás, el cuerpo de la joven empezaba a enfriarse rápidamente, así que decidió sacarla de ese lugar y que volviera al mundo de los vivos.
Al despertar lo primero que vio fue a su padre adoptivo y lo abrazó muy fuerte.
-Gracias… padre- dudó en decir las palabras unos momentos- ahora ya se toda la verdad y estoy muy agradecida a que vos me salvarais y me criaríais, pero ahora ardo en deseos de venganza hacia aquellos que asesinaron a mis padres hace tantos años.
-Lo se mi pequeña avecilla, pero no estás lista todavía para enfrentarte a ellos, en cambio ahora que conoces la verdad debo enviarte a un lugar al que pocos pueden acceder y si demuestras que eres lo suficientemente capaz serás recompensada con un gran poder, o eso cuentan las escrituras antiguas.- le dijo Sayid a Freiya- Partirás al alba y no regresarás hasta su debido momento y entonces evaluaré tu situación, recoge tus cosas, te espera un largo camino por recorrer.
Al alba, Freiya salía por las puertas de la fortaleza de la hermandad, en la que había crecido y fortalecido tras despedirse de su padre y recibir un mapa desgastado y medio borrado, a lomos de su preciosa yegua blanca. Aun vestía como los miembros de la hermandad, un regalo más de su padre adoptivo.
Después de meses de viaje y tras algún percance en el camino consiguió llegar donde le indicaba el mapa, pero aquello no era nada más que un archipiélago de pequeñas islas con aldeas separadas entre sí por kilómetros y kilómetros de distancia.
Decidió pasar la noche en una de las aldeas cercanas al puerto del que había desembarcado esa misma mañana. Por la noche al llegar a la posada, la mujer que atendía le ofreció una mesa y tras verle los extraños ropajes, le preguntó.
-Muchacha, ¿eres una guerrera?, quizás deberías internarte en la isla más separada del archipiélago, la más grande, es allí donde seguramente te diriges, pero los barcos mercantes no acceden a ella, sin embargo mañana una barcaza con suministros se dirigirá allí, puedo conseguirte un pasaje, ahora come y bebe, tu tranquila- le sirvió un plato bien lleno de sopa caliente y una jarra de cerveza fría.
Freiya asintió con la cabeza mientras la tabernera le hablaba, gracias a su entrenamiento conocía muchos idiomas y el griego era uno de ellos pues Turquía, su país de acogida estaba muy próximo a Grecia. Y tras el gesto de la mujer al ofrecerle de cenar le dirigió una educada reverencia.
Una vez cenada se retiró a descansar y por la mañana como le había indicado la mujer de la posada se dirigió a las afueras del poblado donde un hombre a caballo el cual dirigió a la joven hasta un pequeño puerto pesquero donde la barcaza la estaba esperando, le indicó que subiera y la joven obedeció.
-No sabía que el animal vendría con nosotros, eso serán dos monedas más, lo siento jovencita.-el barquero esperaba sacar más dinero con ella por ser extranjera.
-No deseo ofenderle señor, pero se me comunicó que se me llevaría a mí y todas mis pertenencias y mi yegua me pertenece desde que éramos pequeñas las dos, si lo quiere así bien, podemos emprender la marcha y todo acaba sin accidente para nadie, de otro lado no creo que alguno de los dos llegara a la otra orilla, de todos modos, tengo prisa- Freiya echó mano a la pequeña bolsa que portaba en el cinturón del corsé y sacó tres monedas dos de oro y una de plata- acepte esto buen señor en modo de disculpa por las molestias causadas, ahora partamos por favor.
El barquero se la quedó mirando y una vez comprobadas la veracidad de las monedas se dispuso a mover la pequeña pero segura embarcación, al medio día llegaban a la isla más grande y alejada del grupo, Freiya desembarcó dando las gracias y siguió su camino a lomos de su majestuosa montura. No tardó mucho en llegar a lo que parecía unos campos de entrenamiento, y tras ser interrogada por lo que parecía un guardia se le dio el permiso para entrar.
Durante meses estuvo entrenando con varios de los maestros del lugar hasta que finalmente tras los duros entrenamientos y las diferentes pruebas, consiguió aquello por lo que había ido a aquel lugar, ser la portadora de la armadura de Aquila.
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