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Mensaje por Pabloc Jue Ene 30 2014, 17:53

Rol: Coherente.
Personajes: Pabloc de Hércules, Cadmo (un amigo de su padre) y Pioth, su hermano.
Lugar: Omonia, en las afueras de Atenas, Grecia.
Tiempo: El relato comienza en el pasado, pero transcurre en el presente.

 
Pasado y presente
 
El principio del Mito
 
** La noche transcurría como cualquier otra del mes de Agosto, en el pequeño poblado de Omonia, situado en las afueras de Atenas. El calor obligaba a los ocupantes de las casas bajas a las orillas del río, a tener las ventanas abiertas, para permitir que la brisa suave refresque y ayude al descanso nocturno. Esto es lo único en lo que piensa Tadmis, el herrero del pueblo, mientras intenta reponerse de un arduo día de trabajo. Si bien su oficio siempre requería de un gasto físico importante, el calor no ayudaba en nada a estar más de medio día en el taller, encerrado y trabajando con fuego incesantemente.
No obstante, él es un hombre fuerte y joven, por lo que es capaz de soportar condiciones poco amigables. Pero ante todo tiene una motivación extra: En la pieza lindante a la que duerme el matrimonio, descansa el pequeño Pabloc, que tiene apenas 4 meses de vida y es el primer y único hijo de aquella unión. El es el motor del hombre que trata de dormir y descansar su cuerpo en la habitación más grande de aquel hogar. Claro que aquello no era una tarea sencilla con el calor agobiante bajando sobre las techos, y menos aún, estando pendiente de lo que ocurriese en la pequeña cuna de su hijo. **
 
** El niño no lo sabe aún, y van a pasar muchos años hasta que sepa algo de lo que está a punto de ocurrir; pero un hecho mítico y único esta a punto de tener lugar en aquella pequeña habitación:
La cuna ya no se mece, pero reposa muy cerca de la ventana abierta para conseguir que algo de aire ingrese en aquel sitio. El niño duerme placidamente, luego de cenar y sus padres aprovechan esas horas de sueño, previo a que el primogénito los despierte con un llanto en medio de la madrugada. Claro que no duermen profundamente, en esta etapa de su vida no pueden gozar de un descanso profundo.
En la oscuridad de la noche, algo se mete por la ventana del cuarto del niño y avanza raudamente hacia la cuna. No se llega a divisar que es con exactitud, pero ese es el primer engranaje que debe echarse andar, para que el mito comience su ciclo místico, aunque aún falten mas de veinte años para que concluya y todo empiece a tener sentido.
Cuando el intruso, o los intrusos más bien (porque son dos), empiezan a trepar por las patas de madera del mueble en el que reposa Pabloc, las dudas se disipan bruscamente: Lo que acaba de entrar en esa habitación son dos serpientes que se mueven peligrosamente cerca del lugar donde duerme el recién nacido. Pero para empeorar el cuadro, los visitantes pronto logran llegar hasta la cama y empiezan a enroscar el pequeño cuerpo del niño. Sin embargo, ese es el segundo eslabón de la cadena del mito que está a punto de gestarse, aunque aún nadie lo sepa: Cuando todo parecía que iba a tornarse inevitablemente en un hecho trágico, el niño que dormía placidamente, se despierta a causa del movimiento de los reptiles y, como si fuera un gigante, los empieza a ahorcar… Pero mientras aún las tiene capturadas, rompe en llanto, dado que a pesar de su descomunal fuerza, sigue siendo un infante. **
 
** El ruido pronto llega hasta el cuarto lindante y logra despertar a los padres que, sin mediar palabras, se lanzan en velocidad hasta la habitación siguiente. Lo que ven al llegar desactiva cualquier especulación y supera cualquier relato que esas personas pudieran haber oído hasta entonces. Aunque justamente esa escena, había sido narrada de generación en generación, en aquel pequeño poblado de las afueras de Atenas. Y eso no era algo casual: Allí se creía que el pueblo estaba protegido por la constelación de Hércules (La quinta en tamaño de las 88 Constelaciones Modernas), dado que en la mitología, el gigante hijo de Zeus y Alcmena, había pasado un buen trecho de su vida en los terrenos despoblados sobre los que ahora yacía Omonia. **  
 
** El resto es historia conocida: La serpientes mueren ahorcadas por Pabloc, como en el mito por Hércules. La hazaña empieza a difundirse por todo el pueblo y muchos la creen y otros tantos no. Pero poco a poco los escépticos empiezan a extinguirse, dado que solo es cuestión de tiempo…
El tiempo pasa, como siempre inevitablemente, y el niño de la historia increíble e inolvidable pronto se convierte en un jovencito que empieza a callar los rumores sobre su persona con hechos. El joven Pabloc es, por algún extraño e inexplicable motivo, dueño de una fuerza sobrehumana. Y mucho más para alguien que apenas tiene diez años, como él para ese entonces.
Rápidamente sus actos empezaron a hablar por él: Árboles caídos que se levantan como si se tratase de un papel; rocas de dimensiones exageradas que son movidas como si fuesen ladrillos; osos que son cazados como quien cosecha un tomate, y más. Todo acompañado de una personalidad pacífica y justa como pocas. Introvertido y respetuoso. Ningún exceso. Ningún alarde de sus dotes. **
 
** Todavía faltaban más de diez años para que esa fuerza sobrenatural e innata encontrase una explicación y lograse ser encausada. Todavía Pabloc era un chico que ayudaba en el taller de herrería de su padre y nada sabía de Armaduras, Dioses, Santuarios y demás. Pero los más ancianos del pueblo, los sabios a los que se les consultaba antes de tomar alguna decisión trascendental, lo vieron claramente y pusieron a los demás en aviso. De una forma solapada, pero aviso al fin: Lo apodaron Heracles cuando apenas tenía diez años… Tal como era llamado el mismo Hércules en otros relatos mitológicos regionales… **
 
La vuelta del hijo pródigo
 
** [¿Cuánto tiempo pasó desde la última vez que he estado aquí?...] La respuesta que baraja Pabloc es inexacta, aunque sabe que, en tanto a lo cuantioso, la respuesta es que paso mucho tiempo. Y era lógico que no tuviera precisiones al respecto, dado que en el último tiempo, le habían ocurrido más hechos inesperados e increíbles, que en el resto de toda su vida anterior.
Desde la noche en que los dos encapuchados envueltos en túnicas, lo asaltaron en el taller heredado de su padre, hasta su regreso a Omonia, había transcurrido mucho tiempo y todo a un ritmo vertiginoso. A tal punto, que ni él mismo recordaba la escena que había desencadenado el principio de su existencia como Caballero de Athena: Los extraños que llegan de imprevisto a la herrería; el mensaje cifrado que le dejan y que no alcanza a comprender; su persecución y posterior extravío cerca del Paso Ofesio, para terminar chocando con el campamento de entrenamiento. El resto es historia conocida.
Claro que para el Santo de Plata era difícil ordenar todos esos hechos en su cabeza. Habían ocurrido demasiado rápido como para asimilarlos uno por uno. **
 
** El cuadro que conformaba Omonia se mantenía como él lo recordaba: Las casas bajas al borde del río, todo rodeado de montañas bajas y con mucho espacio ocupado por vegetación, casi tan abundante como si se tratase de un bosque. Sin embargo algo había cambiado allí. No era estructural, pero si esencial… Totalmente perceptible para alguien que había nacido y sido criado en aquel sitio. El aire daba el presagio de que, lamentablemente, el Caballero de Plata estaba en lo cierto.
Omonia era un pueblo muy pequeño, situado a unos cuantos kilómetros en las afueras de Atenas. Dada la cercanía con la capital griega, los habitantes habían optado, desde tiempos inmemoriales, por no especializarse en desarrollar ninguna actividad rural, ya que les hubiese sido imposible competir en igualdad de condiciones con la metrópoli. De ser así, sus producciones (ya sean ganaderas o agrícolas) serían menos copiosas (a causa del poco territorio para cultivar con el que contaban) y más costosas (dado que todos los productos deberían ser enviados a Atenas para ser comercializados y eso ocasionaría un costo extra a la producción). No obstante, sus pobladores siempre se habían caracterizado por ser muy hábiles en los asuntos que requirieran destreza manual y artística. Es decir que, a pesar de ser un territorio muy escueto, a lo largo de la historia habían surgido grandes músicos, pintores, escultores, Luthiers, artesanos, constructores y demás. Eso hacía que la gente del lugar siempre estuviese activa, ya sea buscando materiales o inspiración (dependiendo de cada oficio), perfeccionando su técnica, exponiendo y ofreciendo sus trabajos, y demás actividades afines, que hacían de aquel pueblo un lugar muy pintoresco y alegre. Las guerras habían quedado atrás hacía mucho tiempo ya y solo los más ancianos guardaban vestigios de aquellas debacles, por lo que los jóvenes se mantenían al margen, casi inconcientes, de dichos asuntos.
Y justamente todo eso que formaba parte del alma de Omonia, era lo que parecía haber desaparecido. O al menos fue lo que Pabloc presintió ni bien pisó su tierra nuevamente: Las calles de piedra vacías, las esculturas rotas, los puestos de la plaza central cerrados, los mercados desolados, y más, no podían presagiar nada bueno. **




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** Al llegar a su antiguo hogar, el ahora Santo de Plata se fundió en un abrazo con Cadmo, un antiguo amigo de su padre y su tutor. Las lágrimas enseguida ocuparon los ojos del más grande de los dos, aunque intentó ocultarlo rápidamente para no demostrar debilidad ante él, que era como su hijo. Pronto, al no ver a su hermano allí, Pabloc consultó asustado por su ausencia y fue entonces que la maraña de dudas que se tejía en su cabeza, empezó a desenrollarse:
- De eso te quería hablar… Desde hace un tiempo a esta parte, el pueblo ha quedado inmerso en una especie de maldición. Se que suena increíble, pero no encuentro otras palabras para explicar lo que sucedió en este último lapso… Los más jóvenes como Pioth, cayeron enfermos, uno por uno, y no hay medicina que logre mejorarlos: Fiebre de temperaturas altísimas, dolor profundo en los huesos, llegando a parálisis parciales en algunos casos, pérdida de la visión y otros síntomas que convirtieron al pueblo en un hospital enorme e improvisado… Ninguno de los médicos que han sido traídos al pueblo supieron diagnosticar el mal… Y muchos se fueron espantados, sin querer volver a pisar estas tierras nunca más… -
Pabloc escuchaba atónito, preocupado por la salud de su hermano y la de los demás. Pioth era uno de los seres que más quería en esta tierra y saber de su sufrimiento así, le generaba un odio e impotencia incontrolables. Por lo que pronto quiso saber de su locación para ir a verlo.
- Se encuentra junto a todos los demás que padecen lo mismo, ya que se desconoce si puede ser contagioso o no. Pero te recomiendo que no vayas… El impacto podría ser demasiado fuerte y de cualquier modo podrías correr el riesgo de que no  te reconozca en ese estado… -
Pabloc temblaba por la furia con la que se había llenado y más aún por no poder hacer nada al respecto.
- Y los sabios, ¿que han dicho al respecto? - Preguntó sobresaltado el Caballero de Hércules.
- De eso te quería hablar… Estuve pensando todo este tiempo si te lo podría decir o si preferiría ocultártelo, pero lo cierto es que la situación empeoró demasiado como para negarlo… -


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El Santo de Plata no entendía que ocurría y estaba a punto de salirse de los cabales, pero tomó aire y aguardó que Cadmo continuara con el relato. Al fin y al cabo, sabía que estaba tan o más golpeado que él y, en consecuencia, comprendía su dolor y su actitud.
- Han dicho que no están seguros… Pero en vistas de la desesperación que enfrentamos, han concluido en que todo esto proviene del pasado… Y que en parte es una maldición que descansa sobre el pueblo desde épocas remotas… Se mantiene oculta y estable por un tiempo indeterminado… No podrían precisar por cuánto, pero expresaron que en los libros de historia locales se habla acerca de la Prisión de Jummo… -
 
[¿Qué demonios es todo esto?... ¿Cómo una maldición puede caer sobre un lugar tan pequeño y afable como este?...], se preguntaba Pabloc, mientras no lograba comprender nada de todo lo que acababa de pronunciar su tutor.
 
- Jummo fue uno de los portadores de la Armadura de Hércules del siglo pasado o del anterior… Como sabes, se cree que esa es la constelación que protege y vela por el pueblo desde la era mitológica… Según reza la leyenda, ese hombre deshonró al ropaje sagrado cometiendo actos de vandalismo terribles, arrasando con poblaciones enteras, abusando de su poder y desobedeciendo las órdenes de los Dioses… Dicen que desde entonces, la Prisión pesa sobre Omonia y que si el desastre no se había desatado antes, era solo por cuestión de tiempo… Y en parte, que tú hayas sido elegido como el nuevo portador de dicha Armadura, ha acelerado el proceso… -
 
Pabloc empezaba a comprender lentamente el rumbo que tomaría aquel relato.
 
- Te repito que no hay nada seguro al respecto, pero según los consejeros, basándose en su minuciosa lectura de las escrituras que sobrevivieron a la última guerra entre estados atenienses, la única forma de detener este castigo es mediante un sacrificio… Y todo parece indicar que el señalado por el destino y los Dioses eres tú… Al parecer, y si la interpretación efectuada es la correcta, solo otro Caballero de la misma constelación, podría revertir el maleficio… Y según los ancianos, esa es la parte alentadora de todo esto. Ya que existe la posibilidad de que la maldición se desate y que, a la vez, no haya ningún portador de la Armadura en esa era, capaz de efectuar el sacrificio… -
 
El hombre que ya hablaba muy despacio por la angustia que cargaba, hizo una pausa antes de hablar nuevamente. Era notorio que lo que debía decir a continuación no era nada grato. Pero Pabloc se adelantó a sus palabras y le sacó ese peso de encima:
 
- Lo malo de que sea yo el Caballero de Hércules de este siglo, es que puedo morir en el intento… - Concluyó rápidamente, mientras su padre del corazón se abalanzaba para abrazarlo y soltar las lágrimas que venía conteniendo desde el principio de la conversación. **
 
La Prisión se cierra otra vez
 
** El Santo de Plata no perdió ni un instante luego de que el diálogo con Cadmio concluyera. Impulsado por la enorme necesidad de revertir la situación, pero por sobre todo de salvar a su hermano, se dirigió al templo de reunión de los Sabios para que lo instruyeran de los pormenores del acto: Lo cierto era que no había mayores precisiones en cuanto a lo que constaba el sacrificio, pero basándose en los rituales religiosos del siglo pasado, podían aseverar que sería ineludible que contara con un sacrificio de sangre. Para entonces, en aquella parte del territorio griego, los actos religiosos para ofrendar a una deidad, constaban en el sacrificio de un animal en un altar.
En este caso, la cima de la montaña Kornephoros (denominada así en honor a la estrella más brillante de la constelación de Hércules) era lo más similar a un altar para poder ejecutar el sacrificio y así liberar al pueblo del maleficio arrastrado en el tiempo.
Pabloc se dirigió hasta el punto más alto de aquella cadena montañosa antes del anochecer, ya que quería esta ahí para la media noche a más tardar. Y solo fue provisto de su Armadura, aunque no le llevó puesta: En caso de no sobrevivir, no pensaba dejar abandonado a su ropaje sagrado y como tal, también la iba ofrecer en sacrificio. **
 
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** La noche rugía y relampagueaba, como si supiese lo que estaba a punto de pasar:
El Santo de Plata arrodillado sobre una de las piedras de aquel pico, desprovisto de su Armadura, que reposaba en la caja. El viento soplaba como nunca en aquel sitio y daba la impresión de estar queriendo decir algo. Pabloc temblaba pero no dudaba de su destino, aunque si se permitía recordar lo que había sido su vida, solo un poco de tiempo atrás. Y como había pasado de ser un simple herrero a un Caballero de Athena, con un destino que cumplir. ¿Todo eso había sido una maldición, un mal sueño, o en verdad había valido la pena?. La verdad es que no podía contestarse con exactitud, pero estaba seguro de que era lo que tenía que afrontar y, como tal, no podía ni renunciar ni dudar. Así que prosiguió, luego de encomendarse a su Diosa. **
 
** Con el filo de su mano derecha rasgó su muñeca izquierda y luego realizó el mismo procedimiento a la inversa. La sangre brotaba rápida y tibiamente, lo que en ese momento implicaba una especie de alivio, teniendo en cuenta el frío y la lluvia que había empezado a caer:
- Espero que esta tormenta lave al pueblo y su pesar… La gente de aquí no tiene la culpa de lo que haya podido hacer un Caballero inescrupuloso… Ni mi hermano, ni los demás niños tienen por qué sufrir por eso… Te encomiendo a todos ellos Athena… - Fue lo último que pronunció el Santo de Hércules antes de cerrar los ojos, y caer perdiendo la conciencia... **
 
** Aunque veía de forma muy borrosa y no podía definir los objetos con claridad, aquel rostro podía reconocerlo en cualquier lugar que se encontrase, sin dudar…
- Sabía que podíamos contar contigo… No esperaba menos… - Gritó una voz que empezaba a quebrarse de la emoción.
Esos inconfundibles rasgos eran los de Pioth, su hermano, que había estado velando por él durante todo el tiempo en el que no despertó. Pabloc intentó incorporarse en aquella cama para abrazarlo, pero no lo logró y se mareó sobremanera.
-¿Qué demonios intentas hacer?... Todavía no se puede explicar como estás vivo, ¡¿y ya estás intentando pararte?!. Jajajaja. Eres increíble hermano… –
Pabloc ya no intentó nada. Se dejó caer por completo en la cama y no opuso resistencia. A tal punto que dejó que sus ojos se cerraran y que el sueño, o la debilidad, lo vencieran. De cualquier modo, ya había logrado lo que anhelaba. **  
 
Finalización
 
 
      
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Mensaje por TuRco-SaMa Jue Ene 30 2014, 20:41

Bueno Pabloc, que bueno es ver como algunos se animan a una sección del foro casi en desuso! Paso a dar mi apreciación del relato. El comienzo es bueno, detallando tus orígenes pero lo veo un poco desprovisto de originalidad, pues es exactamente igual a lo que pasó con Hércules, pero, naturalmente has hecho que todo encaje a la perfección. Es una historia entretenida, con descripciones sencillas pero muy buenas que le  permiten al lector imaginarse a la perfección el pueblo y el ambiente que se vive allí. El desarrollo de la historia es aceptable, todo me hizo pensar que matabas a tu personaje en este rol para cambiar de armadura pero no ha sido asi :PEl final a decir verdad me desilusionó  un poco, pues deja muchos interrogantes abierto que espero pronto sean respondidos en otra historia! jeje. Una historia bastante interesante en lineas generales y muy prolija! Espero seguir leyendo roles tuyos en esta sección!



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